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PersonajesCelina Murga: una cineasta con voz propia

Celina Murga: una cineasta con voz propia

Por Roberto Quintero
Fotos: Carlos E. Gómez

Con solo leer su biografía, cualquiera podría decir que la directora Celina Murga ha sido iluminada por la buena estrella, dado el éxito que han tenido sus cuatro películas (tres ficciones y un documental). Pero si uno se toma el tiempo para ver su trabajo, descubre que no es producto del azar el que hoy sea considerada un referente importante de ese movimiento llamado el “nuevo cine argentino”, que vio la luz hace quince años. Ahora bien, cuando se tiene la oportunidad de conversar con ella y conocer sus orígenes, considerando lo complejo que sigue siendo dedicarse al cine en Latinoamérica, se comprende rápidamente que voces como la de ella estaban destinadas a surgir dentro de la cinematografía latinoamericana.

Eso fue lo que hicimos. Aprovechamos su paso por el Festival Internacional de Cine de Panamá para entrevistar a esta cineasta, oriunda de la provincia argentina de Entre Ríos y proveniente de una familia de médicos. Ella participó en el encuentro con su más reciente filme, La tercera orilla, una coproducción entre Holanda, Alemania y Argentina que se estrenó el año pasado en el Festival de Berlín y ha tenido un exitoso recorrido por los festivales de Cartagena, Londres, San Sebastián y Río de Janeiro, entre otros. Pero el gran éxito de la película llegó antes de que se rodara, cuando el director estadounidense Martin Scorsese se interesó en ella y quiso ser el productor ejecutivo. La mente detrás de joyas del séptimo arte como Taxi Driver y Toro salvaje (Raging Bull) ‚Äïpor mencionar solo dos de los casi sesenta títulos que ha dirigido‚Äï mantuvo una relación maestro-discípulo con Celina Murga durante más de un año, y ahí se gestó todo. ¿Cómo ocurrió? Este y otros detalles en esta entrevista exclusiva para Panorama de las Américas.

¿Cómo surgió en ti la necesidad de hacer cine?

Lo que yo más recuerdo es cuando estaba en el secundario, cuarto o quinto año, una amiga mía y yo decidimos que queríamos hacer cine. Pero desde un lugar muy inconsciente, desde el lugar de disfrutar de ver películas. Esto fue antes de los años 90, que fue cuando surgió el gran auge de escuelas de cine, después apoyado por la creación de la Ley de Cine. En mi casa son todos médicos.

Lo que sí hay que reconocer es que mi abuelo, siendo médico cardiólogo, era un fotógrafo aficionado. Sacaba fotos increíbles. él era un artista, solo que se dedicó a la medicina. Y eso era parte de mi vida. él tenía su laboratorio en casa y revelaba sus fotos. Y ahí hay una línea que yo reconozco como el germen de algo. Y bueno, tuve la gran fortuna de que cuando dije: “Voy a estudiar cine”, mi familia me apoyó. Así fue que viajé a Buenos Aires a estudiar. En esa época ya estaban surgiendo las primeras escuelas de cine. Igual, el primer año yo no me animé a meterme a cine directo y me metí a comunicación social, como para abrir un poco el juego. Pero al año y medio de estar ahí, la verdad es que no me terminaba de hallar.

¿Por qué dudaste?

Es que no era muy común estudiar cine en ese momento. Se estudiaba publicidad, se estudiaba periodismo; carreras más establecidas, digamos. Tampoco había en Entre Ríos un referente de alguien que hubiese hecho cine. Pero bueno, al año y medio fui a la Universidad del Cine a averiguar y ni bien entré al lugar dije: “Yo quiero estar acá”. Así comencé y poco a poco fui encontrando el camino.

Un camino muy bueno, por cierto. Desde tu primera película, has participado en los mejores festivales y recibido reconocimiento.

Yo soy una persona impulsiva y determinada. Al inicio, sobre todo cuando filmamos Ana y los otros, tomábamos decisiones muy inconscientes, que yo creo que si las pensaba desde la conciencia no las tomaba. Desde el momento en el que uno decía: “Voy a hacer un largometraje”, había un grado de riesgo que yo no evaluaba en ese momento. Pero también había una sensación de estar creando algo nuevo. Gracias a las universidades y a la nueva ley, había un contexto que ayudaba y una pulsión creativa en todos. Desde un lugar muy inconsciente, porque no había festivales que estuviesen esperando las películas; era más de adentro hacia afuera. A la larga, me doy cuenta de que ese impulso fue beneficioso.

¿Cómo fue esa primera experiencia de directora?

Hice mi primera película sin apoyo del INCAA [Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales], porque la ley estaba pero todavía no existía el sistema de subsidios. La hice con apoyo de la universidad, con la cámara de un amigo, con el trabajo de los compañeros de la universidad, y teníamos este deseo de seguir aprendiendo juntos, de hacer. La universidad siempre fue una escuela que apoyó mucho el hacer y que prestaba cosas para que sucediera. La poca plata que se usó ‚Äïque me la prestó mi mamá‚Äï era para comprar película virgen. La provincia nos dio alojamiento y la municipalidad nos dio de comer. Y así fue. Después a la película le fue muy bien: estuvo en el BAFICI (Festival Internacional De Cine Independiente de Buenos Aires), en el Festival de Venecia, en Toronto… Empezó a tener una repercusión muy grande como ópera prima. Yo me encontré en una situación en que me venían a hablar de los festivales, pero realmente no desde la conciencia que puede tener hoy un estudiante que ya está pensando en festivales. Era un momento en que todo apenas se estaba gestando. Y es lo que tú dices, terminó armándose un recorrido muy bueno y las cosas se empezaron a dar muy bien desde esa primera película.

Gracias a la Beca Rolex, fuiste discípula del director Martin Scorsese durante un año. ¿Cómo sucedió esta oportunidad?

Fue en 2008. Yo estaba terminando la edición de Una semana solos, mi segunda película. Recibí una carta de la Fundación Rolex informando que fui preseleccionada para participar de esta beca. Es una beca a la que no puedes aplicar, ellos tienen un comité que recomienda gente en todo el mundo. ¡Ya ahí es una situación extraordinaria! Alguien que había visto Ana y los otros y le había gustado mucho, me estaba recomendando. Fuimos tres preseleccionados: un chico vietnamita, una chica libanesa y yo. Viajamos a conocer a Scorsese; él estaba por filmar La isla siniestra, en Boston. Los tres tuvimos una charla con él, una hora con cada uno. Después de esa charla él vio las películas que habíamos hecho. Yo en ese momento estaba editando Una semana solos, pero él vio ese armado que estábamos terminando para ir al Festival de Venecia. Semanas después me llamó por teléfono. ¡No me voy a olvidar nunca ese momento! Yo estaba caminando por la calle y me llamó a decirme que me había elegido para ser su discípula.

¿Cómo te sentiste?

¡Obviamente estuvo buenísimo! Es alguien a quien admiro mucho. Más allá de que nuestro cine no se parezca, en lo formal, durante mi formación él fue alguien central. Eso significó la posibilidad de estar con él un año, un año y pico, porque si bien la beca terminó, él siguió habilitando el hecho de que yo estuviera ahí.

¿Cómo era la dinámica? ¿Te daba clases?

No, no. La beca es muy sabia en ese sentido, porque no se está esperando un resultado concreto como un producto o una tesis. Ellos apuestan a que haya algo en esa relación de maestro y discípulo que trascienda en el tiempo y genere una huella positiva, tanto en uno como en otro. Obviamente, con esta idea de que haya una posta generacional en el aspecto artístico. Te dan un presupuesto que tú tienes que administrar. El vínculo legalmente es durante un año, pero uno administra el tiempo y el dinero como le parezca. Fue cuestión de ponernos de acuerdo entre nosotros dos en el tipo de relación que íbamos a establecer y con qué periodicidad encontrarnos. él estaba filmando La isla siniestra y me dijo que fuera cuando quisiera y me quedara el tiempo que quisiera. En ese momento yo estaba escribiendo el guión de La tercera orilla, le iba mandando material y en los huecos de rodaje que él encontraba íbamos hablando del tratamiento, los personajes, la historia. Y cuando terminó el rodaje, me invitó a Nueva York para ver parte del trabajo de edición y mezcla de sonido.

¿Y cómo fue que Scorsese se interesó en ser el productor ejecutivo de La tercera orilla?

Cuando estaba terminando el guión ‚Äïy justo estaba terminando la beca también‚Äï, él se interesó por seguir siendo parte del proceso y me dijo que quería ser productor ejecutivo de la película. Básicamente significaba que él iba a contactarme con personas: me dio una carta alucinante hablando de mí y del proyecto, y con eso yo me moví un montón. Esto ayudó a que lográramos hacer la película en coproducción. No creo que hubiese sido imposible, pero sí que ayudó mucho. Cuando tuvimos un armado casi definitivo, viajamos a Nueva York y lo vimos en la sala que él tiene. Para mí fue muy emocionante. Me hizo muchas devoluciones, siempre preocupado de no imponer su mirada, sino en ayudarme a encontrar una voz particular, encontrar una forma para la película. También estuvo en Berlín cuando la presenté; ha estado apoyándola de diferentes maneras.

Debe ser increíble que alguien como Scorsese te respalde.

Es alguien que ya tiene un lugar en la industria del cine, pero a la vez no se ha olvidado de lo que es estar empezando. Y eso él lo tiene presente y es desde ese lugar que él te apoya. La última vez que lo vi me dijo: “Te veo en Nueva York”, que a mí me da risa porque digo: “Este piensa que es como tomarse el subte y sales en Nueva York”.

Finalmente, ya que te iniciaste cuando apenas se estaba gestando eso que hoy se conoce como el “nuevo cine argentino”, ¿cómo ves el cine argentino hoy? ¿Cómo te sientes de ser parte de un movimiento cinematográfico que va ganando espacios?

Yo veo un camino. Veo un camino para atrás y veo un camino para adelante. El “nuevo cine argentino” surgió a finales de los años 90 y hoy podemos ver un recorrido, algo que se suponía que era una moda sigue vital, sigue mutando. Creo que la gran base de eso es el apoyo del Estado, la Ley de Cine ‚Äïque es buena‚Äï, y una gran variedad de actores y directores que siguen en formación y encuentran diferentes maneras de producir cine.

En Argentina tienes Relatos salvajes, candidata al Oscar, y tienes películas que se filman los fines de semana con amigos. Hay mucha diversidad de producción y eso rebota o replica en una variedad muy amplia que yo creo que hay que defender y sostener. A la hora de la exhibición se complica, como en toda Latinoamérica, pero eso está pasando en todo el mundo y es un desafío que tenemos. También creo que se está dando un cambio, por lo menos lo veo desde Argentina, y es que dejamos de mirar tanto para Europa y estamos empezando a mirar más hacia el resto de Latinoamérica. Es un despertar. Hay una conciencia y una necesidad de generar vínculos entre nosotros, que fortalezcan las cinematografías locales y donde también haya redes para vernos entre nosotros, ver el cine que estamos haciendo.

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